miércoles, diciembre 27, 2006

LAS CENIZAS DE ARTURO EN CALI ...

UN DIÁLOGO MÁS ALLÁ DE LA AUSENCIA
" ... en Cali, las cenizas de Arturo a la montaña y al río, ..."
Las preguntas van más allá de la muerte

De: katia gonzalez [mailto: katiag8@yahoo.es ]
Enviado el: Martes, 26 de Diciembre de 2006 12:52 a.m.
Asunto: A los amigos y amigas

Queridos amigos y amigas:

Para ustedes, mis mejores deseos por un nuevo año colmado de gratas sorpresas, de mucha felicidad, salud y provechosas expectativas profesionales.

Deseo agradecerles los mensajes de condolencia, las palabras afectuosas, los fraternos abrazos, los consejos y ante todo por escuchar.

Quiero compartir con ustedes un texto que escribí­ sin mayor pretensión que establecer un diálogo más allá de la ausencia. Sentí­ la necesidad de preparar un preámbulo al día jueves 28 de diciembre. Este día en compañía de los familiares se arrojarán, en Cali, las cenizas de Arturo a la montaña y al río, destino final de los restos.

Recuerden que mi casa será siempre su casa, allí nunca tendrán rincón propio en la alacena de los olvidos, siempre recordaremos las historias de quien nos dejó el eterno abrazo del río y la montaña.

Un gran abrazo para ustedes y la familia ,

Katia González M.

Mis señales son: Teléfonos: 368 2765 ó 244 5578 (por ahora). Celular: 313-322 3086

Tarjetas anexas al mensaje

Arturo Alape
Cali, 3 de Noviembre de 1.938 - Bogotá, 7 de Octubre de 2.006
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Poemas*: "Rituales de la asusencia" y "Sed de añoranza infinita" (A Katia)
Arturo Alape. 1.938 -2.006
Cali, 28 de Diciembre de 2.006
* El texto de los poemas se encuentra en:
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Las preguntas van más allá de la muerte
Por Katia González Martinez

Hoy es domingo, y como es usual, me desperté a las 6:00 AM, a la misma hora que el repartidor entrega los periódicos en el garaje del edificio. Te despertaste somnoliento, te abrazo por encima de las cobijas y te doy un beso en la frente, me dices “buenos días amorcito”, te respondo, “buenos días corazón”, “¿cómo dormiste?”. La pregunta quería evidenciar mi preocupación por las noches de insomnio, noches y noches en las que llamabas a los sueños, “mis amigos, mis compañeros, la sombra de la vida”, pero ellos, huidizos no se aferraban a ti. “¿Por qué no descansas?”, te escuché cuando entraba al baño, voy a recoger el periódico y a preparar café.

Mientras se preparara el café, hojeo rápidamente el periódico.

Cuando regreso a la habitación, te encuentro recostado sobre el espaldar de la cama, sin camisa de dormir. Últimamente insistían en decir que en las noches padecías de intenso calor. Te acerco la taza de café. “¿Tiene azúcar?”, “si corazón”. Yo prefiero saborearlo sin ningún ingrediente adicional, disfrutábamos mucho esa primera taza de café en el día.

Enseguida me pides la primera sección y la lees rápidamente, buscando con ansiedad una noticia, de la misma manera como solías buscar la noticia del lanzamiento de uno de tus libros o de una exposición, una vez me acomodé en la cama, me preguntaste con insistencia, “¿Qué noticias publicó la prensa sobre mi muerte?”.

Me levanto, voy al cuarto de la biblioteca y del clóset saco una pila de periódicos que he guardado desde el 9 de octubre. Te haré un recuento.

El Tiempo tituló en primera plana:

“Se fue el más reconocido biógrafo de Tirofijo. Arturo Alape, el escritor de izquierda que vivió varios años en el exilio por cuenta de sus escritos, falleció en Bogotá a los 67 años”.

En la siguiente hoja amplían la nota ilustrada con una fotografía de Claudia Rubio. Recuerdo el afectuoso abrazo, sin palabras, que nos dimos con ella en la funeraria.

En El Colombiano ilustraron la noticia con una fotografía, con el característico gesto de tus manos, unas manos expresivas que por sí solas hablaban. Mira, la casualidad: en la fotografía apareces con la chaqueta de cuero negro, la misma que le entregué a la funeraria. Recuerdo muy bien el día que fuimos a comprarla al Siete de agosto, el lugar preferido para comprarte la ropa de cuero, en especial porque podías regatear los precios; a más de un amigo le decías “de cuero cuero y baratísimas”.

El Colombiano, El Nuevo Siglo y El País, reprodujeron un comunicado de prensa poco ajustado a la realidad:

“Luego de luchar durante una década contra la leucemia que lo aquejaba, que lo mantenía interrumpiendo sus investigaciones y su escritura, al tener que pasar semanas enteras internado en centros hospitalarios de la capital del país, falleció Carlos Arturo ruiz, más conocido como Arturo Alape. (...) de hecho, para poder contar con los elementos necesarios para seguir luchando, por su vida, se vio en la penosa necesidad de recurrir a la ayuda de sus colegas, amigos y admiradores”

Bebes un sorbo de café y me dices pensativo: “Esto demuestra que este ejercicio está alejado de una postura investigativa a la hora de anunciar los hechos”.

El periódico Alma Mater de la Universidad de Antioquia titula la nota:

“Arturo Alape dejó un patrimonio intelectual que no será fácil igualar. Alape recibió el reconocimiento que le brindó la comunidad universitaria, como exaltación de una obra de casi cuarenta años, inspirada siempre en poner al descubierto la conflictiva realidad colombiana y, por ende, aportar elementos de juicio para su comprensión y tratamiento”.

En este momento, la tristeza nos embarga a los dos.

El Nuevo Siglo enfoca la noticia señalando únicamente tus vínculos con Marulanda:

“Alape fue considerado como la persona que más información tenía de Manuel Marulanda Vélez, máximo jefe de las FARC, sobre quien escribió varias obras, producto del conocimiento personal que tenía de “Tirofijo” a quien conoció en sus años de militancia guerrillera. Su militancia en movimientos de izquierda lo llevó en varias oportunidades a tener que exiliarse del país ante amenazas de grupos de extrema derecha, vinculados con organismos de seguridad del Estado, según denuncias formuladas por el periodista y escritor”.

La noticia que publica El País la ilustra con una fotografía del sepelio:

“Adiós al cronista del siglo XXI. El tiempo fue realmente corto para abarcar el inmenso legado dejado por un autor que no hizo parte de las élites literarias colombianas, pero que marcó como escritor e historiador, una ruta, que siempre esperó que las nuevas generaciones continuaran conociendo e indagando, y no sólo se quedaran con las versiones oficiales”.

En el periódico Voz, Juan Carlos Hurtado, quién fue tu estudiante el semestre pasado en la Maestría de Comunicación de la Javeriana, recuerda su última conversación contigo:

“El mejor homenaje al escritor: (...) Algunos académicos afirman que Alape era un investigador de a pie. Arturo acostumbraba a contarle a sus estudiantes las vicisitudes de los procesos de sus más importantes investigaciones; las amenazas de muerte y la persecución de que fue víctima cuando publicó el primer tomo de la biografía de Manuel Marulanda; y la escritura del segundo tomo en Cuba, en el exilio y los talleres de la memoria. Siempre cuestionó la bifurcación que existe entre la academia y la realidad nacional y discutió con los esquemas para hacer investigación social. La obra de Alape marcó una forma de investigar y penetró en la conciencia de los colombianos. Es un acumulado de documentos históricos y literarios con el que hoy se discute y discutirán las futuras generaciones interesadas en entender la tragedia nacional. Será el mejor homenaje que se le puede rendir al escritor”.

Te pido que me escuches la lectura completa del texto La baja que escribió Juan José Hoyos, tu amigo de andanzas, complicidades, de profundo afecto:

“Los amigos que me dieron la noticia me preguntaron que si fue comunista. Claro que sí, les contesté. Que si fue guerrillero. Claro que sí, les dije. Que si era amigo de Tirofijo. Por supuesto, volví a decirles, y no sólo estuvo junto a él cuando se fundaron las Farc, sino que escribió muchas páginas sobre su vida y sobre sus sueños. Esas fueron las que más le gustaron a Tirofijo. Sin embargo, también les dije que, siendo todavía joven, se había salido de las Farc para dedicarse a escribir y a pintar porque pensó que eso era lo suyo. Para algunos, eso fue una traición. Para la dirección de las Farc, no: él consultó con ellos esa decisión. Paradojas de la vida: durante sus años finales, después de regresar del exilio y de haber sido expulsado de Cuba por problemas políticos, le decía a sus amigos: ‘La guerra en Colombia no produjo el nuevo país prometido. Ese no era este desastre de las tomas de pueblos.
Ese no era nuestro sueño’.
Alape también le dijo a Guerrero: ‘En los 60 y 70 los levantamientos de la insurgencia eran justificados, pues el Frente Nacional fue excluyente. Surgieron Camilo Torres, la revolución en Cuba: el sueño era transformar el mundo. Luego llegaron la guerra sucia, el narcotráfico, el exilio y una reflexión sobre si la muerte mesiánica sería correcta en los 90 o en el siglo actual. Hoy yo no justifico ningún tipo de guerra: ni del gobierno ni de la insurgencia.
A nuestro país hay que darle un descanso’.
A la mayoría de sus compañeros de generación que se fueron para el monte o se metieron a la política, los mataron. Por eso él se consideraba a sí mismo un sobreviviente. Por supuesto que lo era, y alimentado por esa alegría vivió los que fueron sus últimos años. Ahora la vida lo dio de baja, como si atendiera a su súplica ante el policía del aeropuerto. Adiós, amigo del alma”.

Siempre comentábamos las noticias, hoy el silencio nos embarga, tus ojos de “tristeza histórica” me sobrecogen. Amor, dime algo....

Me apresuro a recoger los periódicos porque escuché un silbido agudo a través de la ventana de nuestra habitación. Entre los recortes de prensa está la nota de Isaías Peña que publicaron en la Agenda Cultural:

“La muerte de Carlos, de Arturo, me ha impresionado, y me ha sobrecogido el terror de saber que los recuerdos que compartíamos, ahora se dividen irremediablemente. El río no puede devolverse, es lo que siento. Y me entra el pavor. ¿A quién recurriré para preguntarle por las cosas que ocurrieron a nuestro alrededor? La desventura del tiempo es el olvido, a ese que él quiso ponerle coordenadas en muchos de sus libros”.

Por su parte, Alvaro Castillo te dice en una nota que envió por correo electrónico el día 10 de octubre:

“Hoy, lunes, entendí por fin, que cuando se responde a la pregunta de ‘¿Hasta cuándo?’ sólo es posible decir ¡Hasta siempre!. Y eso es, Arturo Alape: no te voy, no te vamos a olvidar, hermano, compañero (...)

Durante estos días de ausencias y tristezas, el profundo afecto de los amigos es el que ha hecho que me encuentre hoy escribiendo este texto, de profundo amor, el amor que te rodeó los últimos minutos en la habitación del hospital. A ellos, les escribiste el más hermoso homenaje. El hombre de la canoa es el símbolo que te define como hombre de intensos afectos: “Ustedes, conocerlos a ustedes, los que están presentes y los que caminan ausentes esta noche, son para mí el mejor de los regalos que he recibido este año cortado en tiempos exactos por las estaciones. También pienso en este emotivo instante, en mis antiguos amigos disgregados en sus nichos dibujados sobre la redondez de la tierra, para ellos mi amistad creciente con la llegada de cada noche y el amanecer con su soplo de vida”.

Te levantas de la cama, te cambias la pijama por un pantalón y camisa de jean, y chaqueta de cuero negro. En la puerta del edificio, nos saluda efusivamente José, el portero, se le iluminan los ojos al verte y con gran afecto te dice “lo veo bien Don Arturo”. Caminamos hacia el Park Way, nuestro lugar de caminatas, enamoramiento, de entrevistas de TV, encuentros con amigos y muchas historias compartidas con un helado de avellana y pistacho. Durante el trayecto, comentamos el cambio que ha sufrido el Teatro Arlequín, ahora teatro-restaurante. Inmediatamente recordamos Hamburgo: la Sternchanze, el Kino 5001, las agradables heladerías y cafés donde pasamos tardes con los niños, hoy unos adolescentes.

Caminamos uno junto al otro por la ciclovía del Park Way. Como si viéramos una película, se agolparon las escenas del pasado: Susana y Francia Elena nos saludan con la mano desde el monumento a Padilla, los ejercicios suaves y rítmicos atraen nuestra mirada. Sorpresivamente irrumpe delante de ellas Alvaro Mejía, el mejor atleta colombiano en la década del sesenta y principios del setenta, su cabellera blanca contrasta entre la variedad de verdes del parque. En la calle 36, nos devolvimos para iniciar otra vuelta hasta llegar al CAI de la Policía; nos encontramos con Giovanni, Cata y Paul un perro labrador de cara juguetona. A Paul lo miras de reojo y le das unas palmaditas en el lomo, siempre de lejos. Victor nos saluda desde su bicicleta con los brazos extendidos. Me detengo a saludar a Giovanni y a Cata y veo que diriges la mirada hacia la esquina occidental de la calle 41, buscando el rostro de la mujer que hace meses te desvelaba y era motivo de conversaciones: María de la Soledad, el personaje de la novela que estás escribiendo.

A María la conocemos quienes vivimos en el barrio La Soledad. Desde hace unos meses empecé a hablar con ella, motivada por las historias que en las noches no te cansabas de contarme. Recuerdo especialmente una: tú bajabas por la avenida 39, el habitual recorrido después de dictar clases en la Universidad Javeriana, la viste, ella hablaba parada en la esquina de la carrera 23 con calle 44:

“Para mí, desde meses atrás se había convertido en una misteriosa figura caminante llena de incógnitas y preguntas, hermosa en su fealdad y su piel curtida por el tiempo, en su mirada cambiante tras el lente de cierta ternura escondida como acechando cierto peligro, desconfiada, malhumorada. Me introduje al círculo de curiosos.

María señalaba con el índice acusatorio a un hombre. Eso supuse, eso imaginé:

-Usted, si usted, el de la mirada torva, venga y se para en la hilera- María ordenaba, el hombre dócil hizo la fila frente a ella. María explosiva dijo:

-El alto y delgado, no se esconda. Venga...- El hombre se hizo de segundo en la fila. María ordenó al tercero, cuarto y quinto que viniera y se parase frente a ella.
- Hablo con usted, gordito negligente. Busque su puesto... el hombre con cierto descuido personal hizo fila y sonriente codeaba a su compañero de derecha, con cierta sorna. María explayaba cierta voz de mando, le veía feliz, al continuar dando órdenes. Conté o quizá imaginé once o doce órdenes. Luego María los enfrentó a una distancia de un metro y su dedo acusador casi tocaba el pecho de cada uno de los hombres formados en la hilera.

No sé cual era la reacción del público presente. Pero cada quien estaba como sembrado sobre el cemento. María, con la mirada fija, centellante se dirigió al primero de los hombres:

-Usted, si usted. ¿Cuál es su nombre? Diga su profesión. ¿por qué no contesta? ¿Lo invadió el miedo, se volvió mudo? Se dan cuenta, se está desinflando, si desinflando... se desinfló.

-Usted, diga su nombre. Deje el miedo y hable. Le pasó lo mismo que al otro: comenzó a desinflarse. Ojo, quedó como un vil plástico.

-No escucho su nombre. Diga sus señales de vida. Ah, diablos enmudeció, tiene los ojos desorbitados. No me venga con el cuento que también quiere desinflarse...

Implacable María: vengativa, intolerante porque no escuchaba razones. Había desatado una fuerza interior que como río desbordado, nada la detenía:

-Ja, ja, ja... El señorito quiere hablar... ahora tiembla como si el frío de la muerte lo estuviera invadiendo. Tiemblan sus músculos, tiembla la mirada, la piel es veleta que se hunde en el mar de su miedo. Comenzó a desinflarse como cuando la infamia recorre la ciudad con el filo del cuchillo... Se desinfla, se desinfló en la mirada, en la vida...

Lo juro que vi a once hombres desinflándose con facilidad aterradora: indefensos, cubiertos la piel por el lastre de antiguas culpas, incapaces de pronunciar palabras implorando perdón. Había en el ambiente una extraña atmósfera de cobardía que rayaba en las líneas de la indecencia.

María entonces se agachó y con destreza fue doblando como cajas de cartón a los once hombres desinflados y luego los aplanó con las manos y los colocó unos sobre los otros, hizo un montón y los metió divididos en las dos cajas de cartón. Entonces se levantó y volvió a su antiguo estado de ensimismamiento y comenzó a caminar descalza rumbo hacia el Park Way. Todas las miradas confluyeron en sus lentos pasos”.

Me despedí de Giovanni y Cata porque no quería perderme una conversación tuya con María: Después de un “¿Cómo está María?”, le preguntaste al rompe ¿María, qué piensa de la muerte?:

-“Pregunta complicada, pregunta difícil, ¿verdad? Usted se lo ha preguntado alguna vez. Se ha hecho esa pregunta ante el espejo. No se habla de la muerte a viva voz. Usted, ha pensado cuál será la última frase pensada por su pensamiento, antes de morir. Nadie quiere preguntarse acerca de su propia muerte, ni siquiera frente a sus ojos. No es cuestión de resignarse con rezos terrenales que como respuesta, abren la ansiedad de una respuesta que siempre será musicalmente al gusto de sus oídos. Luego se dará golpes en el pecho. El pensar en la muerte es como hacer florecer de inmediato las nauseas de las culpas. El hombre es un ser que nace por sangre sembrado de culpas. Lo terrible de la muerte, es que nunca más en la vida uno podrá preguntarse: ¿Por qué estoy vivo? Siempre se piensa en la respiración. La muerte es simplemente la muerte de las preguntas. Usted se ha preguntado, ¿qué sentirá cuando no pueda nunca más volver a preguntarse? La respuesta es simple: la muerte La respuesta es elemental: Los ojos no vuelven a mirar, la boca dejará de reír, las manos no volverán a tocar, los oídos perderán el sentido de escuchar. La muerte es quitarle el caminar a la vida. Todo desaparecerá, se apagará definitivamente la luz. Vendrá el vacío, la oscuridad, aire solidificado, quietud infernal, temblor ocasional, línea difusa de un largo viaje a ciegas que no tendrá límites. Quién le dirá a usted “Aquí en esa línea recién trazada culmina su viaje. El aire, el agua, el calor, los sonidos, los susurros, serán como los ojos de la nada: La soledad perpetua, la soledad crucificada, caminar sin andar. La realidad de la vida quedará en las fauces de la imaginación como simple recuerdo: Todo muerto deja sus constancias como huellas. Siempre será un buen vivo. O quizá un terrible muerto que jamás será perdonado. Felices recuerdos, recuerdos dolorosos, imperturbables, quizá susurros que nunca se olvidarán. La ausencia será sonido lejano a su oído. O lo que vendrá, crac, crac, crac, será la carnicería de las fotografías: el dolor lo reemplazará el cuchillo afilado a la hora solemne de la lectura del testamento y repartición de la herencia. Las miradas no serán compasivas, lastimosas, vendrá la señal de la venganza acompañada de la maquinación. Venganza, odio y maquinación de cómo organizar la repartición del recuerdo vuelto carne en descomposición, carne de la muerte. Incluso, sabe, lo he estado pensando: ¿qué será mejor que mueran los hijos de juventud o lo padres de física vejez? Los familiares que se derritan en el ocaso de la penumbra.

Sabe, por eso, croc, croc, croc, no dejaré nada como herencia para que luego descuarticen mis huellas terrenales. No sé que piense usted: ¿alguien se matará después de mi muerte, por la basura que les dejo como herencia? Supongo que mis vasos de plástico no irán como adorno a otras mesas, mis cucharas de plástico no serán utilizadas por otras bocas. ¿Quien querrá cubrir su cuerpo con mis plásticos de muchos colores? ¿Quien querrá imitar mis nudos y mis tejidos? Quiero que digan solamente en la fúnebre despedida: María de la Soledad vivió y murió de la calle en la calle.
¿Cuál es su respuesta sobre la muerte? No se ría, no se mortifique la conciencia, deje de lastimarse la piel, no huya, sosiéguese, cúbrase con la calma, piense, respire, camine, deje que fluyan sus pensamientos, mírese bien y escúchese. No acelere la respuesta, salive despacio y escupa sus palabras. Yo tengo la suficiente paciencia para esperar su respuesta. Cubriré mi cuerpo con plásticos, cartones y periódicos, luego acomodaré mi cuerpo a la espera del sueño y le prometo que no dejaré que mis ojos se cierren al sueño, estaré alerta a las pisadas de sus pensamientos. Mientras tanto, voy a prender el televisor y veré las imágenes en mi imaginación y luego prenderé la radio para escuchar las noticias que quiero escuchar. No olvide que estoy esperando su voz. Luego le contaré cómo he pensado mi muerte... plaf, plaf, plaf...

Deje ese silencio de sabueso sospechoso. ¿Tiene temor a hablar de su muerte? El silencio atemoriza a los pensamientos y muestra sus dientes afilados. Hable, golpee la duda, déjese ir..., flote en las palabras. Móntese en una canoa, escoja su río. Su palidez me dice que el terror ronda sus pensamientos, como si lo estuviera atacando una jauría de perros rabiosos, callejeros, hambrientos. No quiere hablar, enmudeció la lengua como lo hacen los hombres desinflándose cuando uno les pregunta por sus señales de vida. Usted, muy inteligente pregunta, quiere respuestas, sus respuestas. Pero no responde a mis preguntas. Yo lo pensé todopoderoso en la noche de calma. De paso hace frío, ¿lo siente? No hablo del soplo del frío peligroso que la muerte riéndose va rociando en su paso por la ciudad. Es su oficio y ella es muy oficiosa como usted, con sus preguntas tan sabias e inteligentes. Cómase su silencio pero por favor, no se atragante. No vaya a vomitar su existencia. Ojalá no se le caigan los dientes por el terror. Deje la sangre para otro día. Oculte la palidez que lo abruma.

Usted me dejó en suspenso pecaminoso. Ahora bien, crac, crac, crac, no me estoy riendo, sólo le voy a contar cómo imagino mi muerte y cuál es mi deseo en el instante en que alguien tenga el generoso deseo de enterrarme:

En este sin cesar de soledades cuando camino por las calles de La Soledad, yo me doy tiempo para hablar con la muerte. Hablo con ella sin temores, sin escalofríos malolientes. Incluso, le presto mi voz para que hable con mi voz. La escucho para descubrir sus intenciones. Ella siempre está midiendo su tiempo como si se tratara de compromisos ineludibles que debe cumplir. Yo la escucho con la tranquilidad de alguien que sabe que un día va a morirse. Hablamos hasta el cansancio y entonces cada quien sigue su ruta. La muerte al despedirse me mira con cierto aire de prepotencia, yo la despido a manos abiertas con la humildad de quien quiere seguir viviendo. Me da la espalda luminosa hasta perderse en la bruma que la traga inmisericorde con voracidad. Le doy mi espalda, camino lento y pienso que debo seguir buscándome...

Pero le cuento, crac, crac, crac, cómo debe ser el momento de irme definitivamente:

Cuando llegue la muerte que me atrape en lo profundo de mi sueño y plum, no quiero padecer ese sentimiento de terror, al despertarme con la explosión de terribles dolores irrigados por todo el cuerpo. Tampoco quisiera mirar por última vez la tristeza en los ojos de los amigos que tengo por estas rutas. Quiero o deseo que el índice derecho de la muerte se hunda directamente sobre mi corazón: No me despertaré sobresaltada, en el sueño mismo soñaré con la última despedida: me abrazaré y comenzaré a cantar. Después, supongo se regará la noticia de mi muerte en la Soledad: Muy pocos sentirán mi partida, quizá otros respirarán con cierto alivio. Pero uno no es moneda de quinientos pesos para tirar al aire a cara y sello. No dono ni donaré sentimientos de lástima. Vendrá mi amigo El Piojo, él ya sabe lo que tendrá que hacer. De inmediato recogerá donaciones de sus amigos para un ataúd de pobre para alguien que ha muerto en la calle.

Pido que mi ataúd de pobre, sea acolchonado con cartones y plásticos. Quiero evitarme futuros estados friolentos. Le pido a mi amigo El Piojo que desnuda me meta al cajón y mi desnudez sea cubierta con flores de distintos colores. Que El Piojo y sus amigos me levanten en vilo, me lleven en procesión hasta el comienzo del Park Way y de sur a norte me conduzcan por la mitad del parque, que se detengan en el sitio donde están aquellos brutales hombres sembrados como árboles mudos, giren alrededor de ellos y mi amigo El Piojo y sus acompañantes escupan a los hombres árboles mudos, después que sigan con mi desnudez florecida en tantas flores como raíz de mi piel curtida por el tiempo y lleguen hasta las orillas del riachuelo El Arzobispo, que busquen leña seca y hagan una pira y mientras crece la llamarada, El Piojo cuente historias y la Mujer de la Biblia lea en alta voz los versículos que ella tanto ama, que coloquen mi ataúd entre la llamarada y después de tres días, cuando mi cuerpo se deshaga en cenizas, El Piojo y sus amigos, cojan manotadas de la nada de mi cuerpo y que canten a voz en cuello, mientras lanzan mi polvo en las aguas del río El Arzobispo”.

Me miras, nuevamente tus ojos entristecidos me dicen que ya es hora de regresar a casa. Por entre los árboles del Park Way escucho otro silbido agudo; el segundo del día.

Camino tranquila, entro a la panadería Romanotti y pido nuestro acostumbrado desayuno: caldo de costilla, chocolate y pan blanco para ti y yo, el “menú liviano” que me criticabas, jugo de naranja, huevos pericos y pan integral. En la puerta de la panadería me dices: “Estoy cansado, quiero recostarme un rato; en la tarde quiero continuar con la escritura de María de la Soledad, será mi gran novela...”

De regreso a casa, me detengo a mirar los árboles del Park Way; me abraza un viento sobrecogedor, vuelvo a escuchar los silbidos cadenciosos, en esta oportunidad con una amable advertencia: el Hombre de la canoa sale del árbol más alto entre una estela de humo envolvente; así lo dijiste:

“Para partir solamente esperamos a que el Hombre de la canoa termine de fumar su enorme tabaco, baje del árbol, toque nuestra puerta y nos anuncie con su voz de flauta y memoria: “Mi querido Alape, llegó la hora de viajar (...). Las despedidas de amigos, expresan la imagen de la mirada tatuada sobre una enorme espalda yéndose para encontrar de camino la voracidad de la distancia. De pronto, la mirada extraviada frente al mar o al embarcadero de un río, o quizá perdida entre la multitud de una estación de trenes o un tumultuoso aeropuerto, regresa para expresar a viva voz el nunca olvido de los pasos andados (...)”.

Entro al apartamento, me dirijo al lugar donde se encuentran tus cenizas. Compañía en la ausencia, está tu fotografía con el cuadro al óleo de Tránsito, a quien le rendiste homenaje con tus palabras, el día que se lanzaron sus cenizas en el cerro de Cristo Rey:

“Siempre apoyaste nuestras decisiones, nos abriste los brazos en las buenas y en las malas. De ti conservaremos tu fortaleza para seguir existiendo. Sé que ahora caminas sin afanes, acompañada por la tierna sombra que tú misma construiste. (...) El tren se disfraza del humo que crece en la despedida. Y el humo dibuja, querida Transito, quizá la más amplia de tus miradas que alberga la alegría en la tristeza que oculta nuestros rostros. Te vas querida Transito, con tus apacibles pasos sobre la tierra. El humo de tu despedida cubre a todos tus seres queridos, y en un abrazo de todos sólo podemos exclamar a todos los vientos: “Gracias, querida Transito, por tanta vida”.

La fotografía, la urna con tus cenizas, los objetos que recuerdan los viajes y sus intensas experiencias, las flores amarillas que tu querida amiga Tulia me recomendó tener en casa, todo está igual....tal cual...no he cambiado nada...

El vacío del apartamento me invita a recordar los boleros que me dedicaste en noches de vino y amigos, con uno de ellos me insinuaste persistentemente a compartir una historia de amor de muchos matices, yo dudé mucho pero al final el compositor Rafael Hernández y su Desvelo de amor, consolidó la decisión:

Sufro mucho tu ausencia
No te lo niego
Yo no puedo vivir, si a mí lado no estás.
Dicen, que soy cobarde
Que tengo miedo de perder tu cariño, de tus besos perder.
No comprendes que es mucho lo que te quiero
No puedo remediar lo que voy a hacer”

Ahora las canciones estarán dedicadas a la estela de humo del Hombre de la canoa, miraré los árboles para repetir la letra de Chico Buarque:


(...) Ah, si cuando te ví, me eché a soñar, fue casi desvarío
Rompí con todo, quemé mis navíos
Cuéntame ahora adónde puedo ir
Tú y yo, si en travesuras de noches eternas
Ya confundimos tanto nuestras piernas
Dime con qué piernas debo seguir
Si dejaste derramar nuestra canción
Si en las arenas de tu corazón
Mi sangre erró de vena y se perdió
Cómo, si en el desorden del mueble extendido
Tu pantalón enlaza mi vestido
Y tu zapato al mío pisa aún
Cómo, si nos amamos, hechos dos paganos
Tus pechos aún están en mis manos
Dime con qué cara voy a salir (...)

Estoy ansiosa por el viaje de Cali, recorro las habitaciones, este será tu regreso definitivo a Cali :
“Cuando estoy de viaje en Cali por cualquier circunstancia, el regreso conmueve las preguntas originarias y no puedo escaparme de las asechanzas de la memoria ávida, inquieta en su despertar de años. Es volver a colocar la mirada en dirección precisa y así evitar el choque momentáneo de la sorpresa que ha estado encarcelada como aire puro que huye y lleva consigo todos los posibles vuelos. Regreso a la fuente para calmar la sed en el acontecimiento vivido, razón que revive el pálpito por la vida”

Amor, gracias por vivir conmigo tu vida de artista, creador y pensador, por escuchar mi dudas, incertidumbres, preguntas; gracias por la generosidad de tus conocimientos, experiencias, por los viajes, por dejarnos el inmenso legado de tu obra, por tu postura crítica, reflexiva, independiente, por tu compromiso, “por ofrecer expectativas distintas desde otras orillas”, por tus sueños, la montaña y el río, por contar con un gran número de afectuosos amigos; todo esto es tu gran herencia. Gracias por escribirme un poema, por las dedicatorias de Sangre ajena (“A Katia, Sueño de sus sueños y de mis sueños, todos los sueños: la Vida”) y Yo soy un libro en prisión (“A Katia, presencia y diálogo amoroso”), por compartir tus alegrías y tristezas, por nuestros desacuerdos, nos hizo sentir humanos. Gracias por compartir un amor cómplice por Cali, por permitirme abrazar a la familia Ruiz. Los tres silbidos del Hombre de la canoa serán tu eterna presencia, cuando desee conversar, cuando sienta la necesidad que la memoria se deslice como un río turbulento, recurriré a tus amigos y amigas. Con esto me uno a tu voz:

“Ustedes mis queridos amigos nunca tendrán rincón propio en la alacena de los olvidos. Por el contrario, siempre estarán presentes con el intenso olor que levantan los vientos, con la llegada de la primavera”.

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Recordamos:
1.-
Testimonio e imágenes de Arturo Alape
REVISTA NUMERO # 51. Dic. 2.006 - Ene., Feb. 2.007
TEXTO COMPLETO:
http://www.revistanumero.com/51/huella.html
Texto e imágenes de Arturo Alape
Imagen central: http://www.revistanumero.com/51/images/huella.jpg
Este texto, uno de los últimos escritos por el artista Arturo Alape, recientemente fallecido, es una apasionante crónica de la vida de un hombre comprometido con su tiempo y con un sentido social de la existencia. Testimonio de una época, de una generación.
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2.-
Lo publicado en esta misma Bitácora y que apareció en la revista AL MARGEN y en el periódico CALIGRAFIAS.