lunes, octubre 16, 2006

ADIOS A UN GRANDE ...

Qepd
Esta foto, tomada por Carlos Duque meses antes de la muerte de Arturo Alape, se convierte en el mejor homenaje al pintor y escritor caleño, que falleció el pasado 7 de Octubre. ( Foto y Texto en EL PAIS, Cali, Domingo, Octubre 15 de 2.006 (pág.D-26). Vivir, Voces & murmullos. )

---
ADIOS A UN GRANDE

ADIOS A UN GRANDE
REVISTA ARCADIA, No. 13 Octubre 2.006. Pag. 5
El pasado 7 de octubre murió en Bogotá Carlos Arturo Ruiz. Arturo Alape, como firmó sus textos desde que publicó Diario de un guerrillero, en 1970, era un hombre comprometido con la historia, la literatura y d oficio del periodismo. Aunque aborrecía las clasificaciones y pensaba que la escritura era una sola y se nutría de todas las disciplinas, su libro sobre El Bogotazo es un texto brillante periodísticamente hablando. Alape vivía en un apartamento al lado del teatro Arlequín de Bogotá. Tenía un inmenso estudio en donde pintaba a sus seres atormentados. Hablaba con frecuencia y con la misma emoción de su hija Paloma que de sus proyectos literarios. El año pasado publicó El cadáver insepulto, una de esas historias que lo persiguieron durante mucho tiempo; una deuda con la memoria y la amistad con uno de los grandes cronistas de los años cuarenta y cincuenta, Felipe González Toledo. Era un hombre enfático, que defendía sus ideas y su visión del mundo. Recordaba con amargura el tiempo de exilio que vivió en Alemania. Durante los últimos años sufrió un penoso cáncer que se lo llevó a los 67 años. Arcadia lamenta profundamente su muerte.
+++
LAS ALIANZAS CRIMINALES DE COCA-COLA
Iván Cepeda Castro fm_cepeda@yahoo.fr
EL ESPECTADOR, Octubre 14, 2.006
http://www.elespectador.com/elespectador/Secciones/Detalles.aspx?idNoticia=1029&idSeccion=25
… (Al final de la columna)
Arturo Alape es uno de los grandes creadores de la memoria humanista en Colombia. En sus últimos meses de vida, además de las penalidades que le causó la enfermedad, tuvo que librar una batalla jurídica con su EPS para adquirir los medicamentos que necesitaba. Otra más de las infamias del sistema privado de “salud”. Queda su obra literaria como testimonio de verdad histórica.

---

Memorias de Alape
Pizarrón. Víctor Diusabá Rojas
EL PAIS, Cali, Octubre 16 de 2006 http://www.elpais.com.co/historico/oct162006/OPN/piza.html

Tres viñetas sobre un mismo hecho.

Primera: un oficial de la Policía presencia impotente el saqueo del armerillo de un pequeño cuartel cercano a la Casa de Gobierno. Sabe que cualquier imprudencia le puede granjear la ira popular y por eso prefiere hacerse el tonto. De pronto, uno de los asaltantes, no satisfecho con el arma, decide ir por un par de botas. El oficial implora: “Llévense lo que quieran, pero mis boticas no”.

Quien cuenta la historia, y es protagonista del asalto, echa a reír.

Segunda: en pleno motín, y muy probablemente en una calle principal, llueven desde las ventanas escritorios, sillas, archivadores, teléfonos, lámparas de pie y hojas de papel. Abajo, la turba pide más y más. Una máquina de escribir vuela hasta tropezar con el andén. Un hombre se anticipa a otros y se hace al zurrón metálico. Cuando todos piensan que se marchará con ella como botín, el tipo la levanta y la deja caer con tanta violencia que unas piezas salen de su lugar. Luego, de manera sistemática, repite el gesto una y otra vez hasta quedar exhausto.

El mismo personaje se pregunta si esto no es anarquía pura.

Tercera: es de madrugada y las siluetas de un piquete de hombres armados se retratan sobre los cerros que les sirven de fondo. La bruma no deja ver qué se esconde tras el ruido de un motor en marcha que se avecina. El miedo dice que puede ser un tanque de guerra. Todos a una se ponen en posición de tiro. Los más inexpertos se mantienen en pie. Dos faros aparecen en el fondo del camino.

¡Alto!, gritan los que aún tienen voz. El carro amenaza con irse encima de ellos. Hay unos disparos de alerta y el conductor cambia el rumbo hasta trepar en un montón de escombros. ¡Salgan con las manos arriba!, grita uno de los soldados del piquete. Un hombre y dos mujeres, escasas de ropas y de pudor, asoman por las puertas y se rinden en medio de sus propias carcajadas. Los tres están más borrachos que una legión de cosacos.

“Esto no es serio”, piensa el mismo personaje.

Son historias del 9 de abril de 1948 y tienen dos elementos comunes: Fidel Castro, quien pasa de la risa a la decisión de marcharse de Bogotá porque le parece “poco serio” lo que pasa. Así se lo contó a Arturo Alape hace muchos años.

Arturo Alape o Carlos Arturo Ruiz, su verdadero nombre, fue mucho más que el biógrafo de Manuel Marulanda Vélez. Ahí están sus Memorias del Olvido. Memorias con las que logró impedir que el magnicidio de Gaitán fuera paso rutinario para las generaciones posteriores.

Su técnica de reconstruir uno a uno todos los aspectos del magnicidio, con las voces de todas las partes en conflicto y sin arabescos, dista totalmente de las lecciones viscerales sobre godos y cachiporros con que nos criaron y desde donde provienen muchos odios y líos que hoy nos atormentan.

Me parece bien que Arturo Alape haya muerto en su cama y a la edad de 67 años. Y aunque me duele su muerte, porque con él se marcharon el escritor independiente y el contradictor de la historia no oficial de este país, me parece mejor que se lo haya cargado la leucemia y no sus enemigos, esos que soñaban con verlo tirado en una calle, asesinado a tiros por la espalda. El hombre se les voló para siempre.

Un abrazo a Paloma, su hija.