VISITA A CALI, su ciudad natal. 8-10 de Agosto, 2.006
ARTURO ALAPE ESTUVO DE NUEVO EN CALI (8 a 10 de Agosto, 2.006).
Agustín es el acttual propietario de las fotografías, hijo de Agustín Otero Navarro quien las tomó en 1.956.
Biblioteca Departamental, Cali, Agosto 8, 2.006. Foto: MIC de NTC …
Arturo Alape en el conversatorio con jovenes en Cali.
Evento: "Ciudad: historia y futuro". Agosto 9, 2.006.
Fotografía: MIC de NTC …
INTRODUCCIÓN
Fuente ECOPAIS
ECOPAIS tuvo la grata oportunidad de recoger al Escritor en el aeropuerto “Alfonso Bonilla Aragón” y de compartir con él el trayecto hacia Cali. El Maestro – como siempre: sencillo, simpático, conversador y entusiasta – nos comento, entre otros muchos temas:
“Vengo de nuevo, con mucha alegría y compromiso, a seguir cumpliendo con mi ciudad, sus memorias históricas y su comunidad. A buena hora la Biblioteca Departamental acogió mi propuesta de realizar la exposición fotográfica “Cali, 50 años de la explosión del 7 de Agosto de 1.956” dentro de los evento “CUIDAD, MEMORIA Y FUTURO”. Intervendré hoy en la apertura de la exposición y mañana tendré una tertulia con jóvenes caleños sobre estos temas. Viene conmigo desde Bogotá , y estará participando en todos estos actos, Agustín Otero Crespo, periodista testimonial, actual propietario de las fotografías que tomó su padre el fotógrafo Agustín Otero Navarro (q.e.p.d.) en 1.956.
Han sido bastante difíciles estos últimos meses de mi vida. He tenido que venir superando muy serias dificultades de salud y estaré sometido de por vida a rigurosos y costosos controles médicos y tratamientos. Creo haber superado la grave crisis reciente. Este es el primer viaje “largo” que hago fuera de Bogotá. Me siento bien y muy optimista. El apoyo y la extraordinaria solidaridad que he recibido de mi familia, mis amigos y lectores me ha llenado de satisfacciones y energías. Continúo adelantando diversas investigaciones, sigo en mi actividad docente y escribiendo … .Tengo en mente varias novelas. Estoy muy concentrado y trabajando en una de ellas que está muy adelantada y que tiene como tema y entorno a Cali de los años 50. Hace aproximadamente un año vengo complementando las investigaciones y los materiales para este nuevo libro y en estas actividades me han colaborado un cercano grupo de amigos de la ciudad.”
En Ecopaís, mucho bienestar y muchas “hojas en blanco” llenas le deseamos al Maestro … . Fueron un éxito sus presentaciones en Cali. Gracias. Esperamos verlo de nuevo pronto por acá …
FOTO: Arturo Alape en el conversatorio con jovenes en Cali.
Evento: "Ciudad: historia y futuro". Agosto 9, 2.006. Fotografía: MIC de NTC ….
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En Ecopaís, mucho bienestar y muchas “hojas en blanco” llenas le deseamos al Maestro … . Fueron un éxito sus presentaciones en Cali. Gracias. Esperamos verlo de nuevo pronto por acá …
FOTO: Arturo Alape en el conversatorio con jovenes en Cali.
Evento: "Ciudad: historia y futuro". Agosto 9, 2.006. Fotografía: MIC de NTC ….
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CALI: 50 AÑOS DE LA EXPLOSIÓN QUE PARTIÓ EN DOS LA HISTORIA DE LA CIUDAD
Por Arturo Alape
Texto leído por el autor en el conversatorio que dio por abierto e inaugurado el evento "CIUDAD MEMORIA Y FUTURO" y a la exposición de fotografías: “50 años de de la explosión del 7 de Agosto de 1.956”. Biblioteca Departamental, Cali. Agosto 8 de 2.006
Una inmensa hoguera y un resplandor anaranjado cubrió el cielo de Cali a la 1:05 de la madrugada del martes 7 de agosto de 1956: bolas de fuego, rojizas y amarillentas, mezcladas entre' las grandes humaredas que al diluirse lentamente formaban el manto, que a veces aparecía de un amarillo de fuego, otras de un rojizo oscuro, con ciertos matices azules. Crecía la imagen inmisericorde, ante el estupor y el miedo, del gigantesco árbol de fuego, flotaban sus raíces en el aire.
Texto leído por el autor en el conversatorio que dio por abierto e inaugurado el evento "CIUDAD MEMORIA Y FUTURO" y a la exposición de fotografías: “50 años de de la explosión del 7 de Agosto de 1.956”. Biblioteca Departamental, Cali. Agosto 8 de 2.006
Una inmensa hoguera y un resplandor anaranjado cubrió el cielo de Cali a la 1:05 de la madrugada del martes 7 de agosto de 1956: bolas de fuego, rojizas y amarillentas, mezcladas entre' las grandes humaredas que al diluirse lentamente formaban el manto, que a veces aparecía de un amarillo de fuego, otras de un rojizo oscuro, con ciertos matices azules. Crecía la imagen inmisericorde, ante el estupor y el miedo, del gigantesco árbol de fuego, flotaban sus raíces en el aire.
El formidable estruendo paró en seco, el viejo reloj que se encontró mucho después entre el amasijo de escombros que dejó la explosión de seis camiones Shack cargados con 42.000 kilos de dinamita sueca, equivalentes a la bomba atómica que se arrojó sobre Hiroshima, cuya onda expansiva provocó un temblor de magnitud 4.1 en la escala de Richter, destruyó más de 40 manzanas a la redonda y dejó un cráter de 50 metros de diámetro por 8 de profundidad.
Se paralizó el sueño de la ciudad, cortado en dos por el filo de navaja de la onda explosiva: a kilómetros a la redonda tembló la tierra, se levantaron techos, se abrieron ventanas, los vidrios volaron hechos añicos y miles de personas como sonámbulas huyeron de sus camas, y semidesnudas salieron a las calles y vieron asombradas el cielo iluminado por una inmensa llamarada devoradora de conciencias y temblorosas, se abrazaron a su propio miedo. El cielo se había inundado por una incógnita terrible, los dientes masticaron la duda, los creyentes se arrodillaron, apretaron los ojos y compungidos y fervorosos rezaron por tiempo interminable.
El seco estallido sacó abruptamente de la cama al Padre Alfonso Hurtado Galvis, párroco que ocupaba un apartamento en el edificio Vera, ubicado frente a la zona donde fueron, parqueados los camiones y quien asombrado vio como la puerta de su dormitorio fue arrancada de cuajo por la onda de muerte. El Padre Hurtado comprendió al momento la magnitud de lo ocurrido y tomó en sus manos los santos óleos para acudir en ayuda de las víctimas.
Muchos años después, el Padre Hurtado, uno de los testigos de excepción en llegar al sitio de la explosión, recuerda: "Yo vi la llegada de los seis vehículos y se aparcaron en el Batallón Pichincha... El lunes 6 de agosto llegaron al cuartel como a las 6:00 PM, pero el oficial de servicio Gustavo Camargo, dio la orden de moverlos de ahí al conocer el contenido de la carga".
La mortal caravana en lenta fila se desplazó por las calles de la ciudad y se aparcaron finalmente en la plazoleta de la vieja estación del Ferrocarril del Pacífico, calle 25 con carrera 1a. donde se encontraba un cuartel del Batallón Codazzi. Los pesados camiones pertenecían a la Empresa Transportes Mosquera Gómez."A mi paso vi muchos feligreses muriendo -rememora el Padre Hurtado, cuando llegó al sitio de la explosión - Ayudé a que descansaran en paz. Había niños que lloraban, cuerpos destrozados, reventados, a todos lados (...). Muchos sobrevivientes, al constatar la muerte de sus seres queridos, se suicidaron en mi presencia".
Para la época, Cali era una ciudad de menos de, 300.000 habitantes, apenas convaleciente de la pesadilla a que; la sometieron losescuadrones de pájaros, que sembraron el terror: aparato represivoque funcionaba desde el cerebro mismo de, la gobernación del Valle; allí se daban órdenes avaladas por el Directorio Conservador Departamental y difundidas por el Diario del Pacífico, se señalaban víctimas; en las noches rondaban los carros fantasmas por la ciudad, disparando por doquier en cacería de desprevenidos transeúntes; en las madrugadas salían carros oficiales rumbo hacia Tulúa y los avezados asesinos acompañados de otros asesinos recibían órdenes del Directorio Conservador local y marchaban en su objetivo de despoblar la cordillera Central de quienes pensaban distinto al régimen conservador. Los mismos pájaros incendiaron la Casa Liberal en el mes de septiembre de 1949, con atemorizadas familias de desplazados en el patio, que escuchaban un discurso de Hernán Isaías Ibarra, dirigente liberal. Lo irónico y dramático de la situación, es que esos desplazados venían huyendo de la llamada "godificación" implantada en la Cordillera Occidental y habían llegado a Cali en busca de refugio para sus vidas.Esa organización de terror no fue desmontada por el régimen militar de Rojas, sino que, por el contrario se mantuvo y se fusionó con el G-2 aparato de inteligencia especializado en el exterminio selectivo de oponentes políticos al régimen imperante.La onda de la muerte arrasó más de 40 manzanas industriales, comerciales y residenciales y afectó directamente a una zona deprimida, marginada socialmente: cuadras de hospedajes propios para viajeros de condición humilde, lugar de diversiones y prostíbulos donde funcionaban muchas cantinas de mala muerte; fábricas o grandes depósitos, sucursales bancarias, almacenes de automotores. En fin, grandeza y miseria, mezcla de pujanza económica y de bajos fondos, de trabajo y de vicio.
Solitarias las fábricas, almacenes y depósitos a la hora de la explosión. Pero en cambio, los cafetines, los hoteluchos y los prostíbulos, debían estar colmados la noche anterior, víspera de la fiesta del 7 de Agosto. Y la explosión debió barrer de las callejuelas a las mujeres que merodeaban los ámbitos de oscuridad en busca de camioneros o de campesinos recién llegados a la ciudad.Casi frente del cuartel del Codazzi, estaba el hotel Manizales donde muy pocos de los huéspedes debieron salvarse. Abajo, al café Roma, cuyo dueño había muerto trágicamente dos días antes; a la vuelta el hospedaje El Motorista, debieron salvarse algunos pasajeros, porque varias paredes se mantuvieron en pie. La onda explosiva cortó de tajo los penachos de las palmeras que ondeaban su belleza sobre la calle 25; los barrios aledaños al epicentro del acontecimiento, el Jorge Isaacs, el Porvenir, San Nicolás sufrieron consecuencias fatales; fue de tan violencia la reacción de los elementos, que el detonante se sintió en poblaciones lejanas como Buga, Palmira, Jamundí, Santander de Quilichao y Buenaventura.
Cercanos testigos del hecho recuerdan que esa trágica madrugada, el sonido ensordecedor de la explosión fue seguido por un hongo incandescente que subió varios kilómetros en el cielo, acompañado simultáneamente por una onda de calor que abrazó gran parte de la ciudad.El aturdimiento que provocó el impacto de la explosión, hizo que las gentes, desconcertadas, abandonaran los escombros de sus viviendas y en su precipitada carrera pisotearan los cadáveres y cuerpos mutilados de las víctimas como en un éxodo de guerra. Nadie sabía con exactitud lo que había pasado y todos los- sobrevivientes conjeturaban que si se trataba de un terremoto, de la caída de un aerolito, del estallido de una bomba de gasolina, pero sus cábalas se desvanecían en medio del clamor, los gritos, el llanto y los lamentos de quienes agonizaban en medio de los escombros y hierros retorcidos. Sólo al avanzar la mañana de ese día siniestro se supo a ciencia cierta de qué se trataba y comenzó a vislumbrarse parte de lo ocurrido.
El Padre Hurtado fue de los primeros en llegar al sitio exacto de la explosión y contempló con asombro el cráter abierto por el estallido. Lo visto allí por el párroco fue un panorama dantesco: edificios y viviendas destruidas, varillas de hierros retorcidas y montones de cadáveres desperdigados, muchos de ellos mutilados..."Salían gentes apresuradas, llenas de tierra, desnudas, heridas, que nos suplicaban misericordia", recordaba el sacerdote.Avanzada la mañana del 7 de agosto, el caos se, había apoderado de la zona devastada. En medio de una nube de polvo y ceniza, el calor congestionaba los cuerpos de los sobrevivientes que deambulaban de un lado para otro, y de los socorristas que no daban abasto en su incensada tarea. Total confusión, rumbo incierto.
En las boca-calles, cordones de soldados impedían el paso de las personas que imploraban permiso para buscar los despojos de sus parientes desaparecidos. El calor de agosto hacía más infernal el ambiente. Los focos de incendios reaparecían por doquier, pero eran sofocados por grupos de bomberos voluntarios, provistos de rudimentarios elementos. De pronto, un muro cedía y se venía a tierra estrepitosamente, levantando una nube gris que al despejarse dejaba una nueva perspectiva a la contemplación de las ruinas. Más ruinas físicas, devastación humana, desolación, impotencia. Agonía dolorosa.
La escena dantesca que ofrecía el anfiteatro, conmovía el ánimo mejor templado y hacía retroceder a quienes burlando la vigilancia habían podido acercarse en busca de despojos de los desaparecidos. No era un reguero sino un montón de cadáveres de gentes de toda condición social, era el macabro conjunto, complementado por la fetidez de la carne quemada: crecía el olor a muerte como si se tratara de un simple soplo de la vida. En el interior del anfiteatro, sobre las mesas, sobre el piso, en el corredor, en el patio, cadáveres...cadáveres... Miembros amputados, pedazos de carne, troncos, cabezas, brazos... Desarticulada la vida.Muchos hombres del pueblo provistos de caretas de gasa que les protegían la nariz y la boca, cumplían la macabra tarea de arrastrar los cadáveres y despojos hasta la puerta del cementerio, a ocho metros del anfiteatro, donde los colocaban en la cuchara de un bulldozer que los llevaba por docenas hasta la fosa común. Fúnebre escenario.Los improvisados sepultureros cumplían su labor como si se tratara de mover fardos en una bodega de la plaza de mercado." Pero no siempre eran cuerpos sino pedazos de cuerpos, como piezas de un difícil rompecabezas: uno lleva un muslo; otro, una cabeza: el de más allá, despojos informes talvez vísceras. A los recogedores de cadáveres los llamaban los voleadores.Otros hombres al borde de la gigantesca fosa común, sacaban de la cuchara metálica los despojos, los balanceaban en el espacio acompasadamente, para darse impulso, y al grito de "uno...dos, tres..." los arrojaban al gran hoyo abierto por una motoniveladora. De pronto, un voleador impide que su compañero arroje un cadáver a la fosa. Recoge el cuerpo lívido y desfigurado, se lo echa al hombro y corre desesperadamente, sin rumbo, dando voces ininteligibles. Lo había reconocido. Era su hijo. Solo por buscarlo ayudaba a la macabra tarea.
Cuando ya hay varios cadáveres en la fosa, la niveladora tiende sobre ellos una gruesa capa de tierra y retrocede para dar paso a la cuchara del buldózer que se acerca con una nueva carga de carne humana. Un nuevo descargue, y el voleador grita:
-La niveladora.
El aparato mecánico cumple doblemente su misión pues además de su función propiamente nivelaba con un alud de tierra las razas, los sexos. Allí el anciano y el niño, mujeres de todas las edades, el negro y el blanco, se confundían bajo la niveladora que los iba aplanando en su entierro colectivo. El rictus de la muerte más bien parecía un mentís a los prejuicios humanos.Los lamentos de los dolientes al identificar los despojos de un ser querido se confunden con las imperativas órdenes de un oficial que intenta rechazar a los curiosos. Un sacerdote musita oraciones cuando pasan con un cadáver en rastra. El oficial de sanidad, con su polvorienta blusa de cirugía, ante el temor de las epidemias, exige a los voleadores que se den prisa, que aceleren su trabajo. Un montón de cadáveres espera su entierro. Las enfermeras reparten alcohol y leche entre quienes trabajan. Mujeres piadosas rezan el rosario en alta voz, pero apenas se les oye cuando cesa momentáneamente el rugido de las aplanadoras.Justo al medio día de ese martes, el informe oficial indicaba, además, que la cifra de muertos era de 2.500 víctimas; fueron arrasadas 42 manzanas, 3.000 personas quedaron sin trabajo, 350 negocios pequeños y grandes desaparecieron y las pérdidas eran calculadas en $200.000.000
En la mañana del día 8 de agosto, bomberos y policías, con el apoyo de voluntarios controlaron los incendios y limpiaron la zona de escombros para facilitar el trabajo de ambulancias y enfermeros. Sin embargo, los cadáveres amontonados en el anfiteatro del Cementerio Central y los restos de cuerpos que la onda explosiva sacó de sus bóvedas, despedían un atroz hedor a podredumbre que invadió a gran parte de la ciudad, lo que, aunado al sopor producido por el calor, enrareció el ambiente y obligó a las autoridades a tomar medidas de saneamiento público para evitar epidemias. De acuerdo al Padre Hurtado Galvis, quien duró tres días infatigables atendiendo a las víctimas y auxiliando a los heridos, se calcula que fueron sepultados en fosa común 3.725 cuerpos mutilados, enterrados de emergencia en un descomunal hueco excavado al efecto en el Cementerio Central.En la madrugada del 7 de agosto, la trágica noticia fue notificada oficialmente al gobierno central en Bogotá, a través de un comunicado firmado por el entonces jefe civil y militar del Valle, brigadier general Alberto Gómez Arenas y dirigido al jefe supremo Gustavo Rojas Pinilla, quien descansaba en su residencia campestre de Melgar.
La tragedia provocada por los carros militares fue aprovechada políticamente por la dictadura de Rojas Pinilla, y por sus oponentes. Todos se culparon mutuamente, a pesar que la tragedia poco o nada tenía que ver con la crisis política del momento.Al otro día, Rojas Pinilla, se dirigió a Calí, y en violento discurso pronunciado desde un balcón del Batallón Pichincha acusó del hecho al Partido Liberal y al Conservador en cabeza de sus jefes Alberto Lleras y Laureano Gómez, respectivamente, que lideraban una dura oposición al régimen militar y quiénes habían rubricado recientemente (el 24 de julio de 1956) el Pacto Benidorm en España, que dió origen al Frente Nacional. En su perorata, Rojas acusó directamente a los jefes de la resistencia civil y a ciudadanos ilustres de Cali de ser los autores del sabotaje. "A los que se reúnen en el exterior -dijo el dictador-, en Sitges y Benidorm, para empezar a agitar la violencia en Colombia". Lleras Camargo replicó a esta acusación, afirmó que la sindicación pretendía aprovecharse del momento de dolor que se vivía en Cali, a la vez que solicitó pruebas y que si ello era así -concluyó- se le llamara a juicio, hecho que nunca ocurrió.
La tragedia de Cali suscitó la solidaridad del país; los organismos de socorro dispusieron de todos sus recursos para enfrentar la emergencia. El gobierno, por su parte, emprendió de inmediato la ayuda a los damnificados a través de SENDAS que dirigía la hija del general, María Eugenia Rojas.Se integró una Junta Evaluadora de daños y perjuicios, que más tarde se convirtió en la Fundación Ciudad de Cali para que se encargara de los asuntos prioritarios: repartir auxilios, levantar el censo de damnificados, administrar las donaciones nacionales e internacionales. Así mismo, se aceleró la oferta de casas de interés social de Aguablanca y de apartamentos en la Urbanización Valenzuela, unidad residencial construida con fondos del gobierno del general Marcos Pérez Jiménez, a la sazón dictador de Venezuela.Alrededor del mediodía de ese siniestro 7 de agosto, y ya con el control de la situación, la Jefatura Civil y Militar del Valle del Cauca, expidió el primer boletín sobre los acontecimientos. En éste se ofrecía la versión oficial de los hechos, un tanto acomodada a los requerimientos del régimen militar, se llamaba a la gente a guardar cordura y se decretaba día de duelo el 7 de agosto. El comunicado fue retransmitido por las emisoras de Cali y de otras ciudades, que fueron sometidas, al efecto, a una severa censura en todas las informaciones sobre el origen y desarrollo de los acontecimientos. Todo, naturalmente, debía remitirse a los boletines oficiales: los diarios de la capital, Intermedio y El Independiente, que reemplazaron a El Tiempo y El Espectador, también fueron censurados duramente por el régimen militar a tal punto que "no publicaron con mucho despliegue la tragedia de Cali"; igual suerte corrió la revista Cromos.
Mucho se habló y se escribió en los años siguientes sobre la explosión de Cali, pero las investigaciones nunca, arrojaron resultados satisfactorios sobre los autores del hecho, atribuido en su momento a múltiples factores: que un soldado incendió imprudentemente un cigarrillo, que se le disparó un fusil a otro, que en la noche manos criminales colocaron fulminantes a la carga mortal causando la explosión, que el calor derritió la gelatina que cubría la dinamita, que el tren en reversa chocó contra los camiones en fila. Todas esas versiones y conjeturas, en su momento fueron tomadas en cuenta por los investigadores sin resultados concretos. La verdad de lo ocurrido nunca se supo ni se sabrá. Pero lo cierto es que la tragedia ocurrió por un error militar que dejó la carga mortal en las zonas periféricas de la ciudad. La tragedia partió en dos la historia de Cali y dejó cicatrices en la memoria colectiva caleña.
Cincuenta años después de la tragedia, esa memoria colectiva de la ciudad se rescata a través del presente material fotográfico, que permaneció inédito durante mucho tiempo. El fotógrafo independiente, Agustín Otero Navarro, especializado en fotografías de familia, pasaportes y certificados de policía, viajó a Cali como tantos otros fotógrafos de la época y captó estas imágenes de horror: imágenes documentales, perdurables. Regresó a Bogotá para vender a los periódicos El Tiempo y El Espectador los resultados de su labor como fotógrafo. Los dos periódicos estaban censurados por el gobierno militar. Las fotografías fueron guardadas celosamente meses después de la explosión, pues fue imposible publicarlas y difundirlas a través de los medios de información de la época., debido a la censura aplicada por la DINAPE por orden rigurosa de la Presidencia de la República en ese año trágico. El fotógrafo fue asediado por los hombres del SIC, aparato de represión político del gobierno, para decomisarle los negativos. Su casa, en el barrio de la Perseverancia, un día terminó invadida en tremenda requisa oficial. El fotógrafo huyó hacia Montería para salvar la vida y llevó consigo su precioso tesoro documental.
Estos documentos visuales constituyen un acervo histórico que muestra la verdadera dimensión de la tragedia soportada por miles de familias de Cali. El conjunto fotográfico es, en suma, fragmentos de una realidad que aún permanece invisibilizada, cincuenta años después: historia reciente que se debate entre las cenizas de la indiferencia colectiva y el olvido histórico decretado por razones ideológicas.
Susan Sontag hace una reflexión sobre la fotografía que bien puede ilustrar el objetivo de esta exposición:
"En una sociedad moderna las imágenes realizadas por las cámaras son la entrada principal a realidades de las que no tenemos vivencia directa. Y se espera que recibamos y registremos una cantidad ilimitada de las imágenes acerca de lo que no vivimos directamente. La cámara define lo que permitimos que sea real; y sin cesar ensancha los límites de lo real. Se admira a los fotógrafos sobre todo si revelan verdades ocultas de sí mismos o, conflictos sociales no cubiertos del todo en sociedades próximas y distantes de donde vive el espectador.”
(1) (2)
---(1) Susan Sontag*** , "La fotografía: breve suma" En: El Malpensante, No. 48, Bogotá, septiembre 15 de 2003, p. 51.
http://www.revistanumero.com/48/indice.htm*** http://www.elortiba.org/sontag.html Algo más sobre S. S.
(2) Un fragmento de esta conferencia apareció el LECTURAS FIN DE SEMANA DE EL TIEMPO, Agosto 12, 2.006, Pág.. 1 y 9 . Alli una de las fotografías: Estación del Ferrocarril del Pacífico
(2) Un fragmento de esta conferencia apareció el LECTURAS FIN DE SEMANA DE EL TIEMPO, Agosto 12, 2.006, Pág.. 1 y 9 . Alli una de las fotografías: Estación del Ferrocarril del Pacífico
1 Comments:
Estaba buscando opciones de ciudades dentro de Colombia, ya que tenia ganas de viajar a ese país en las próximas vacaciones. Quiero disfrutar del buen clima que hay alla, y ojala que pueda conseguir Hospedajes baratos en alguna de las bellas ciudades Colombianas
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